16 - PdVP - La alegría del primer Cómic



Por John J. Mejía

Meditaba camino al trabajo sobre cómo comenzar este artículo. Un artículo que originalmente planeaba titular "¿Por qué me gustan los cómics?". Así que entre paso y paso comencé a hacer remembranza de aquellos años mozos cuando descubrí mi primer cómic o mi primer historieta, porque por aquellos lejanos días la palabra cómic era ajena a mi vocabulrio.

El fin de uno, el nuevo comienzo de otro

Quienes hayan leído artículos pasados supondrán que tan feliz encuentro tuvo lugar con el número 75 de Superman, aquel celebre capítulo en que el Hombre de Acero muere a manos de Doomsday, pero se equivocan.

En la segunda mitad del año 92, la noticia de la inminente muerte del primer superhéroe me hizo regresar a los cómics, un mundo que había abandonado al terminar mis estudios de bachillerato (o secundaria como le llaman en otras latitudes) y que no creí reencontrar estando en la Universidad. Fue para ese diciembre que tuve en mis manos mi primer cómic original en idioma inglés, regalo de Navidad de mis hermanas (y uno de los que recuerdo con más cariño). Se trataba del número 74 de la colección, cuando Superman se encuentra por vez primera con Doomsday. Andaba completamente desubicado entonces, no conocía a Booster Gold ni a Blue Bettle, ni mucho menos a Maxima, personajes con los que aquel número iniciaba en su primer página, pero aún así estaba emocionado por tener conmigo esos "monitos", como se les llamó alguna vez.

Una gratitud eterna

En mi búsqueda por aquella "primera vez" me remonto ahora a un número de Spider-Man en que enfrenta a un tipo vestido en traje de gorila, o mejor dicho, en un disfraz de "Gibón". Calculo que fue a finales de los 70s, en un número 16 de la colección impresa por Editorial Greco (que luego cambiaria de nombre), con dibujos a blanco y negro, o mejor dicho, a blanco y café. Supongo que el café era mas barato que el negro. Hoy día muchos dirán "que horror!", pero al niño y aspirante a dibujante que había en mi poco le importaba. La razón era simple. Aquel número no me impactó por su historia (era una segunda parte así que tocó cogerla al vuelo) sino por la calidad de sus dibujos. Increíblemente, si hay algo que extraño, es que los cómics de superhéroes no vengan a blanco y negro. Era sorprendente la cantidad de detalles que podías encontrar entonces y como el color era un lujo, algo que ponían en "pos-producción" y no parte integral del dibujo, parecía que aquello servía como incentivo para que los dibujantes y entintadores pusieran el alma en cada página. Creo que ese número lo dibujaba John Romita Sr. (aunque en aquel entonces no se le conocía con el título "Sr." o "Senior"), una leyenda para los fans de hoy. Y fueron precisamente sus dibujos los que me llevaron a casi que obligar a mi padre a conseguir al Hombre Araña cada semana.

¿Cada semana?

¡Sí! ¡El Hombre Araña aparecía en las tiendas cada semana! Algo que hoy se considera una novedad con los tres publicaciones por mes de Amazing Spider-Man o las "innovadoras" series semanales de DC Comics, la que este año se titula Trinity. Eso que es hoy una nueva onda en el mercado americano, en Colombia, hace muchos años era la costumbre. Y aunque era todo una excentricidad "desperdiciar" dinero en esa época (y casi que lo es hoy día también), en aquellas revistas de historietas, mi padre se esforzaba por no llegar a casa sin ellas. Así son los padres con sus hijos: alcahuetas. ¡Gracias papá!

Volviendo al caso, esa tampoco fue mi primera vez con los cómics ni mucho menos con los superhéroes.

Todo empieza en la familia

Esforzando la memoria y pasando por sobre los traumas de la infancia, llego al recuerdo de mi bien amado tío. El tenía cuando yo era niño un negocito de ventas de refrescos y para compensar, compraba revistas para alquilarlas. Así es, hace muchos años la gente pagaba por leer revistas de todo tipo, incluidas y por sobre todo, las de historietas. Fue allí donde pude leer mucho de Superman, Batman, el olvidado Killing (una foto-revista mexicana que me encantaba) y por supuesto, todas y cada una de las aventuras de Mickey, Donald, Tribilín, Tío Rico y demás personajes Disney. Y no era el dibujo o la historia en si, era el conjunto de los dos los que me atrapaban entonces. El poder disfrutar de esa lectura y encontrar a la vuelta de cada página qué nuevo traspiés encontrarían esos personajes, qué nuevas situaciones debían sortear para completar su aventura, sin esperar que en el proceso cambiaran su forma de ser, se hicieran más grandes o menos torpes. Y aunque esos fueron momentos gratos en los que absorbí la mayor cantidad de historietas durante mi infancia, no fueron, tampoco, los primeros. Así que de vuelta al torbellino del tiempo, pero no se aburran que ya casi llegamos a puerto.

El vicio dominguero

Si bien los cómics no eran parte obligada de la canasta familiar, si lo era el periódico. Y por años, cada mañana de domingo esperaba con ansia esos pliegos de papel impreso que contenían usualmente un suplemento adicional: Las tiras cómicas dominicales. La primera que recuerdo venía con los usuales relatos cortos de Olafo, Lorenzo y Pepita, Educando a Papá y uno que no conocía entonces y con el que luego me hice muy familiar: El Fantasma. Y en la penúltima página, en la segunda mitad aparecía un "La liga de la Justicia presenta: Superman". Y he allí el primer encuentro impreso con el héroe que sería la luz de mi vida (exagero claro, para efectos del artículo). Ya lo conocía por los programas matinales de los sábados con los Superamigos, pero creo que esa fue la primera vez que lo vi dibujado en el papel y lo seguí los domingos por muchos años más. Aquella primera vez (que debió ser cuando tenia unos 6 o 7 años supongo) el Hombre de Acero aparecía solo en una viñeta y sin capa, porque esa la llevaba Flash para evitar no se que cosa y curiosamente, ésta se estiraba conforme Flash corría sujetándola. Hoy día creo que no se estiraba sino que era parte del lenguaje del cómic para representar algo que no recuerdo qué era, pero que yo sepa, entre las propiedades de la capa nunca estuvo el de estirarse así. Siendo niño, entenderán que solo quería ver a mis héroes en acción sin darle mucha lógica a la acción contenida en esos cuadros. Y eso era precisamente lo que hacía.

En los años que siguieron fue a través de las tiras dominicales que seguí mis primeras aventuras del Hombre Araña (no se los había dicho ya?), El increíble Hulk (y pensar que por muchos años creí que "Hulk" significaba "Hombre" por culpa de la serie de televisión, hasta que la curiosidad cuando lo vi en los cómics de Greco, que para ese número cambió de nombre a Cinco, me hizo buscarlo en el diccionario bilingüe Bantam de tapa roja y entender por qué lo llamaban "Armatoste"), Roldán el Temerario (que asumí luego era una copia de Flash Gordon, ¡qué inocente!, ¡¿no?! ¡Eran el mismo!), Mandrake el mago, Brick Bradford y su "trompo del tiempo", etc. etc. y un largo etc. Pero si creen que llegamos al final, se equivocan de nuevo. Ese tampoco fue mi primer cómic.

El inicio de un camino poco aburrido

Ahora si vamos a descubrir el misterio. Eso creo. Y es un creo muy grande porque a mis 37 años mis recuerdos de infancia son increíblemente vagos. Pero estoy casi seguro que aquella historieta que inspiró mi afición por la lectura de estas aventuras contadas en cuadritos, por los diálogos en eso que luego supe se llamaban "globos", que me enseñó las convenciones de las historias ilustradas, del qué significaban aquellas líneas cuando aparecían corriendo, o los gráficos en los globos que en realidad significaban malas palabras, no fue otro que el superhéroe favorito de Latinoamérica. No, no fue Mafalda, Boggey el Aceitoso o Kalimán el hombre increíble. Tampoco Memín, o el señor de la Selva Arandú (a poco creyeron que hablaba de Tarzán? Bueno, él tampoco fue). Se trata del inmortal, el único... Si señores: Condorito. Las historias de Condorito eran usualmente de una o dos páginas antes de alcanzar el "Plop!", pero habían también contados relatos de cuatro páginas con trama, nudo y desenlace jocoso y esos eran mis favoritos. Recuerdo con cariño aquellos relatos del chileno René Ríos (mejor conocido como Pepo) con el compadre Chuma, Huevoduro, Comegato, la sensual Yayita, el pesado saco de plomo del Pepe Cortisona y el travieso Coné. Se que quizás muchos (especialmente aquellos con una década menos encima) dirán que tengo mucha personalidad para admitir algo así y se burlarán a mis espaldas (lo que sería innecesario siendo que no puedo verles las caras al otro lado de la pantalla mientras leen este blog), pero así fue. De no haber sido por la alegría que encontré leyendo las aventuras a cuatro colores de Condorito, quizás nunca le habría dado a los cómics "mas serios" de superhéroes una oportunidad.

Como ven, ha sido un camino largo desde aquellos primeros cómics y ha sido divertido transitarlo, ver crecer y evolucionar esa fuente de afición. Es un camino que todavía no he terminado de recorrer y la verdad, a pesar de las decepciones que a veces se encuentran, hay tantos ratos alegres, tantos sueños compartidos, tantas emociones involucradas, que no quiero que termine.

Y sobre el artículo que originalmente planeaba escribir, creo que lo dejaré para otra ocasión. Seguro estan de acuerdo que por ahora, ha sido suficiente. Lo único que lamento es no haber tenido de niño la visión de guardar esos primeros cómics. Hubiera sido divertido volver a leerlos.

Es sólo un punto de vista personal, gracias por permitirme compartirlo.

¿Cuál es el tuyo?

Referencias:

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cverso@comicverso.com

Comentarios

  1. crisimegar18/6/08 12:37

    BUEN ARTICULO... MUCHOS RECUERDOS DE UNA INOLVIDABLE INFANCIA... PERO COMO OLVIDAR A GA´PARIN EL FANTASMITA AMIGABLE Y EL FORNIDO BALAM, COMIC SOBRE LO SUCEDIDO EN LAS PLATANERAS.

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